2.10.08

CUENTO


Hoy Pocicho les trae un cuentito de su colección:





EL ROBOT AMARILLO QUE SABÍA DEMASIADO POCO

José leyó el “Discurso del Método” y pensó que el planteo era correcto. Se preguntó si era prudente seguir confiando en sus sentidos. Empezó a sospechar de la existencia de un genio maligno que estuviera instalando percepciones e ideas erróneas en su mente. Así que decidió dudar de todo. Su pasar a través de esta perspectiva lo hizo tomar conciencia de lo que implicaba ejecutar el método a rajatabla, pero encontraba alivio en el pensamiento de estar buscando la verdad. El comportamiento de José tomó un giro repentino. Su constante expresión de desconfianza se condecía con su forma de actuar. Comenzó a responder con un “no sé” a todo lo que se le preguntaba. A veces ni siquiera contestaba, creyendo que la pregunta o mismo la persona que preguntaba, en realidad no existían o eran otra cosa. A los pocos días fue despedido del trabajo. No se preocupó demasiado. Pensó que ese hecho era coherente con la lógica del mundo ficticio al que estaba siendo expuesto. También perdió amistades. Sus viejos amigos se distanciaron, afirmando que José se había vuelto un pelotudo. “Allá ellos”, pensaba él. “Que sigan viviendo en su mundo de fantasía, si es que viven”.

Un día José cruzó la calle con el semáforo en rojo y fue embestido por un camión. Fue conciente del acercamiento veloz de ese gigante de varias toneladas hasta que éste estuvo en sus narices. Un instante después estaba muerto.

José no tuvo velorio, ni entierro, ni amigos o familiares que despidieran sus restos. Y fue así porque tenía razón en sospechar. Un genio maligno había intentado engañarlo durante toda su vida. Murió de un paro cardíaco en el mismo momento en que la ilusión de un camión engañaba a su retina. La labor del genio maligno no cesó hasta el último segundo. Pero ahí se detuvo. En el último segundo José pudo ver toda su vida. Su verdadera vida. Y murió satisfecho por haber encontrado la verdad.

Ahora el genio maligno engaña a un tipo que se llama Alfredo, que no tiene ni idea de la realidad, y es feliz vendiendo seguros de vida. Aunque a veces también es infeliz. Naturalmente no sabe por qué.


1 comentario:

Agustín Salaberry dijo...

Che, muy bueno...

O no...

no se...